DEL MNR A EVO MORALES:
DISYUNCIONES DEL ESTADO COLONIAL
Silvia Rivera
Cusicanqui*
No está por demás reiterar ese nexo perverso que exhibe el
gobierno de Evo Morales con el Estado colonial del MNR de los años 1950, que
propició una escalada de corrupción y relaciones prebendales con dirigentes del
campesinado indígena.
En: http://institutoprisma.org/joomla/images/NC/nueva%20cronica%20117.pdf
El paradigma que encarnan los indígenas en resistencia no sólo
exige un gesto externo de respeto por la diversidad cultural. No bastan las palabras,
mucho menos aquellas que disfrazan y encubren para adornar los discursos del
poder. Es hora de empezar a descubrir a la india y al “salvaje” que todos y
todas tenemos en nuestro interior, porque si se piensa en la solidaridad como
un gesto de favor y desde afuera, estaríamos reproduciendo la labor misionera
de quienes nos antecedieron
Dos
carreteras
En los años 1930 un médico-escritor chuquisaqueño sintió una
suerte de angustia nacionalista por la inminente desintegración de Bolivia. La
“tragedia del Chaco”, las ambiciones petroleras de corporaciones e imperios, la
rapiña oligárquica sobre tierras y recursos indígenas y la debilidad y
venalidad del Estado lo llevaron a realizar atrevidas propuestas de geografía política:
mucho antes de la guerra, planteó la urgente construcción de una carretera que
conectaría la sede de gobierno con el remoto y abandonado territorio del Chaco
boreal. Ya en pleno conflicto bélico, se le ocurrió que la única forma de
vincular orgánicamente las tierras bajas con las tierras altas era reconociendo
el papel articulador del territorio patrio que ejercía la Cordillera de los
Andes, como fuente hídrica principal de las cuencas del oriente. Ni la “ruta
diagonal” se llegó a construir jamás –con funestas consecuencias para la
integridad del territorio boliviano– ni la idea de un “macizo boliviano”
alcanzó a interpelar la conciencia de las élites regionales de oriente y
occidente, aunque soldados cambas y collas juntaran sus sangres en el Chaco
para fertilizar una patria que les seguiría siendo ajena.
La carretera que hoy se proyecta construir por el corazón del
Territorio Indígena Parque Isiboro Sécure está en las antípodas de aquellas
preocupaciones nacionales, encarnadas en la vida y obra de Jaime Mendoza, autor
de las propuestas aludidas. Y este hecho es para mí un doloroso síntoma de la
distancia que media entre aquel proyecto, destinado a articular fecundamente las
mitades divorciadas del país, y este otro, marcado por la mala fe, el divisionismo
y la entrega del país a intereses extranjeros. Divisionismo y negación que no sólo
afectan a derechos indígenas fundamentales sino también a sentidas aspiraciones
ciudadanas de soberanía frente a los intereses corporativos brasileros. Como todo
síntoma nodal, éste hace parte de un síndrome: en este caso el de la enfermedad
colonial que afecta al núcleo duro del Estado y a su estamento militar. Otro de
cuyos síntomas es la singular alianza entre un líder cocalero que surgió de las
trincheras de la lucha antimperialista y sus verdugos de antaño.
Dos
batallones ecológicos
En los años 1980, el líder en cuestión sufrió en carne propia la
brecha entre las palabras y las cosas: fue perseguido con saña por los
batallones “ecológicos” montados por la felcn con el apoyo de la Drug
Enforcement Administration de los Estados Unidos. Seguramente supo de la
indignación y la mpotencia, de ese sentimiento colectivo de frustración ante
una “tarea conjunta” que se escudaba en los sagrados derechos de la madre
tierra para ejercer su profesión depredadora y represiva.
¿Fue ese conocimiento íntimo y de primera mano del enemigo de
entonces el que lo llevó a hacer suyas las mismas tácticas neutralizadoras y
estrategias de encubrimiento discursivo? O es que el modelo venezolano adoptado
por el Estado, bajo la égida de los mestizos acomplejados que rodean al
residente,1 hace parte del síndrome contagioso de colonización mental que el Estado
instrumenta en los ocupantes del palacio quemado? El hecho es que nuestros gobernantes
parecen incapaces de pensar por sí mismos en los problemas nacionales y
continúan replicando modelos de dudosa validez, propiciando políticas de
“desarrollo” que sólo abren la brecha a intereses corporativos ajenos y
adversos. Si antes se replicó los modelos desarrollistas impuestos desde el
norte con la Alianza para el Progreso y usaid, hoy seguimos en las mismas
intentando copiar lo que ocurre, para bien o para mal, en Venezuela o Brasil,
muy a pesar de las diferencias culturales e históricas que nos separan de ambos
países. Tener a estos militares del lado del “proceso de cambio” implica
graves y hasta cierto punto gratuitas concesiones programáticas y Políticas. El
ejemplo más banal es la degradación de la figura de Tupak Katari para utilizarla
como emblema de los aviones del tamo para bautizar el proyectado satélite que
administrará la Fuerza Aérea Boliviana.2 Algo más grave aún, 1 Emblemático
resulta ser el complejo q’ara que exhibe el Vice García Linera, con sus
ridículos aspavientos de cultura de élite y su fascinación birlocha por las
pasarelas.
2 Los especialistas aseveran que el tal satélite ni siquiera nos
ayudará a cerrar la brecha digital. Bolivia seguirá, entonces, tenien la sistemática
negativa estatal a desclasificar los documentos militares de tiempos de las
dictaduras ha producido un síndrome de
impunidad que está llegando a niveles de absoluto cinismo. Impune ha quedado la
represión de Chaparina ocurrida el 25 de septiembre del 2011; impune es el
trabajo de alianzas solapadas entre mafias militares y civiles, vinculadas al
tráfico de sustancias ilegales; impune es la labor persecutoria contra los
indígenas en resistencia y contra las personas solidarias con las luchas en
defensa de la madre tierra.
En enero del 2012, uno de los artífices de la represión en
Chaparina, el Gral. de la fab, Tito Gandarillas, fue premiado por esa solapada
labor, con su nombramiento como comandante en jefe de las ffaa. Si no fuera por
su reciente destitución, podría haberse conjeturado que Evo, para llevar hasta
el límite su emulación al MNR, estaba incluso criando a su propio Gral.
Barrientos. Sin embargo, más allá de lo circunstancial, los problemas estructurales
permanecen: hay visiones de desarrollo sesentistas a cargo de los militares,
que encubren negocios turbios de narcotráfico y contrabando. Incluso, en la
localidad de Eucaliptus, ellos han rehabilitado su fábrica de ácido sulfúrico,
lo que muestra una evidente articulación de intereses
militares-cocaleros-mafiosos similar a la que denunciara René Bascopé en La
veta blanca. Se tiene entonces una versión militar del “desarrollo” que
parte de un control territorial sobre los parques nacionales, de la creación de
espacios de impunidad y de núcleos mafiosos dentro del Estado, todo ello barnizado
con una barata retórica “katarista” y ecológica que goza del decidido auspicio
del poder ejecutivo. Es la lógica de las disyunciones coloniales: el colonizado
que aspira a reproducir los actos del colonizador; la víctima que busca
parecerse a su verdugo.
Dos
formas de consulta
Pero, en la superficie de estos invisibles tramados políticos,
tenemos un fenómeno mediático que muestra grietas por donde se lo mire. La
consulta burdamente orquestada por el gobierno viola los preceptos y la
casuística de los procedimientos de consulta a pueblos indígenas realizadas por
varios países del continente, a partir de la ratificación del Convenio 169 de
la oit. Rompe incluso con los recaudos más elementales del sentido común, dado
que “consultar” es un verbo que presupone una disposición para escuchar la
opinión de la persona o colectividad consultada, así vaya en contra de las
expectativas de quien realiza la consulta. Respeto no sólo a las personas y sus
pareceres, sino a las modalidades de consulta colectiva de los pueblos
indígenas, a sus formas comunitarias de deliberación asambleística, a sus modos
propios de resolver los disensos y de lograr acuerdos entre distintos puntos de
vista, hasta conseguir equilibrios delicados que caracterizan a las comunidades
del tipnis y de otros territorios indígenas que han resistido por décadas las
incursiones de madereros, ganaderos o agentes estatales. A pesar del despliegue
do el servicio de Internet de banda ancha más caro y lento del * Socióloga y
antropóloga. umsa y colectivo 2. continente.
2da. quincena de enero 2013 debate
Ministro Juan Ramón Quintana de varias de las comunidades del
parque, o de la “invención” de comunidades inexistentes para inflar las cifras
de aprobación a la carretera. Tanto los activistas urbanos como algunos medios de
comunicación –notablemente, la red erbol– sin hacerle el juego a la derecha,
han contribuido a una labor de esclarecimiento que ha puesto al desnudo el carácter
fraudulento de la mentada consulta.
Sin embargo, pudimos identificar dos tipos de activistas y dos
maneras de abordar la solidaridad con las comunidades indígenas del tipnis. Hay
un activismo que alimenta el ego, el autobombo y la complacencia “revolucionaria”,
que compite por mostrar quién es más “radical” o quién se juega más en el apoyo
a la causa indígena. Algunas variantes electoreras de ese apoyo provienen de la
generación mayor, y portan sin duda las marcas de una política de intereses que
no puede sino dañar a largo plazo la defensa de los parques nacionales y de los
derechos indígenas. Otras, en cambio, se revisten de impaciencia y radicalismo
juveniles, y se dedican a criticarse unas a otras con el fin de obtener mayores
dosis de reconocimiento entre sus amistades y círculos de pertenencia.3 Este
activismo, fundamentalmente virtual, corre el riesgo de quedar como una incendiaria
retórica de escritorio, sin impacto real en la opinión pública y sin capacidad
alguna para desmontar los argumentos y bloqueos que opone al debate esclarecido,
el sentido común desarrollista que impera en la opinión pública, e incluso en
buena parte de la izquierda indigenista. Como contraparte, hay otro tipo de
activismo, más humilde y con menos pretensiones protagónicas, que han
emprendido muchas personas, jóvenes y viejas, a quienes la causa indígena les
ha interpelado en su vida cotidiana y les ha hecho descubrir una realidad otra,
un modo de vida que puede brindar alternativas al propio carácter depredador y
artificial de la vivencia urbana. Ambos grupos son ciberactivistas, pero los unos
se agotan en los circuitos de la red global, mientras que los otros combinan
creativamente las acciones Locales con el impacto de la circulación de
información a escala planetaria. Porque sólo gracias a la gente que vive y
sufre las agresiones estatales dentro del propio tipnis, y sólo gracias a
quienes han llegado hasta allí con la humildad del que busca aprender del modo
de 3 Son patéticas, en ese sentido, las acusaciones mayormente anónimas que han
circulado por internet en contra de Nina Mansilla Cortez y la red de apoyo que
está luchando por su liberación. Activista cultural vinculada a círculos
anarquistas de La Paz, Nina está detenida hace 6 meses, falsamente acusada y
estigmatizada por propios y extraños, sin duda a causa de su activa participación
en las redes de apoyo a las luchas del tipnis. mediático y de la sistemática
desinformación gubernamental, se ha tomado conocimiento de las evidentes maniobras
divisionistas de los encargados de la consulta, del esquema prebendal que
precedió la llegada de las brigadas y de la manipulación de las necesidades de la
gente, sin obviar los modos autoritarios y arbitrarios de seleccionar a quiénes
“consultar” y cómo interpretar los resultados del procedimiento. No está por
demás reiterar ese nexo perverso que exhibe el gobierno de Evo Morales con el
Estado colonial del MNR de los años 1950, que propició una escalada de
corrupción y relaciones prebendales con dirigentes del campesinado indígena,
culminando en la llamada ch’ampa guerra de los años 1960 y en la
sangrienta “pacificación” barrientista. Hoy, todo ello forma parte de una
memoria estatal de colonialismo interno que ya no se circunscribe a un partido,
siendo patrimonio de la clase política y del sistema de partidos en su
conjunto. Así, todo alarde de ruptura del mas con el viejo modelo político hace
aguas al contemplar esta versión remozada de la parodia revolucionaria, tan
bien expresada en sus políticas culturales y desarrollistas, que son una
repetición, en clave de farsa, del adusto y racional programa de desarrollo del
MNR.
Con un agravante: antes las cosas se decían y se hacían de
frente. Eran los tiempos en que cada porción de selva tropical era vista como
un obstáculo a derribar. Los tiempos del desarrollismo agrarista, cuando
“pueblos indígenas” y “cuidado de la naturaleza” resultaban términos
impronunciables. Hoy en cambio los gobernantes se llenan la boca con esas
bonitas palabras, mientras sus prácticas siguen las trilladas rutas del modelo
estatal colonialista, fundado sobre la prebenda, la alienación del trabajo y la
destrucción de la biodiversidad. Peor que hace sesenta años, estas prácticas se
han vuelto vergonzantes, solapadas y astutas, mostrando no sólo mala fe sino un
velado desprecio racista por la autonomía y dignidad de los pueblos indígenas a
los que dicen representar.
Dos
tipos de activistas
La novena, pero sobre todo la octava marcha en defensa del
tipnis han convocado un importante respaldo del mundo urbano, centrado sobre
todo en las ciudades de La Paz y Cochabamba, y en varias capitales y ciudades
intermedias de tierras bajas. Hemos sido testigos de la multitudinaria
recepción de la octava marcha, en el mes de octubre del 2011, y de una
convergencia notable entre indígenas de tierras bajas y tierras altas, éstos
últimos bajo el alero de su organización matriz, el conamaq. Asimismo, las Mama
T’allas del conamaq han convocado a una multiplicidad de grupos, en una actitud
sabia de interpelación a sectores urbanos, sobre todo juveniles.
De ese modo, los pueblos indígenas organizados han logrado un
hecho inédito en las luchas sociales recientes: la convergencia de indígenas
con una diversidad de agrupaciones ecologistas, activistas culturales,
feministas e indianistas, además de un nutrido bloque de organizaciones y
grupos anarquistas, que llegó incluso a desfilar con sus propias banderas y
pancartas, en una suerte de reedición de las marchas de la fol y de la fof de
los años previos a la guerra del Chaco.
Hay aquí, sin embargo, una necesidad autocrítica urgente, ya que
existe la idea de que los blogs, Facebook y otras “redes sociales” activadas
por los grupos de solidaridad urbana lo son todo, o son lo más importante que
está sucediendo en apoyo a las demandas indígenas del tipnis. Sin duda reviste
una gran importancia la batalla por la información que han emprendido estos diversos
núcleos de apoyo urbano. Sin ellos, nunca nos hubiéramos enterado, por ejemplo,
de la expulsión del vida indígena y compartirlo, pueden las redes virtuales hacer
una labor fructífera y honesta. En el activismo urbano por el tipnis considero
que es necesario superar el egocentrismo, el protagonismo político y sentirse una
retaguardia útil, capaz de ponerse al servicio de las bases indígenas que
sufren cotidianamente la manipulación, la afrenta a su dignidad y las continuas
maniobras y presiones de un Estado colonial.
El
nuevo macizo boliviano: una causa común indígena y popular urbana
Las luchas indígenas por el tipnis, al igual que las luchas
indígenas en toda Abya Yala en oposición a la rapiña corporativa, las
agresiones estatales, los grandes proyectos extractivos y la criminalización de
las protestas, son en sí mismas una lección de vida que impele a las redes
urbanas de solidaridad a realizar una reflexión más profunda. El paradigma que
encarnan los indígenas en resistencia no sólo exige un gesto externo de respeto
por la diversidad cultural. No bastan las palabras, mucho menos aquellas que
disfrazan y encubren para adornar los discursos del poder. Es hora de empezar a
descubrir a la india y al “salvaje” que todos y todas tenemos en nuestro
interior, porque si se piensa en la solidaridad como un gesto de favor y desde
afuera, estaríamos reproduciendo la labor misionera de quienes nos
antecedieron: del MNR a Evo Morales, remontándonos a la cristianización de la colonia
temprana y a la violenta labor civilizadora de la etapa oligárquica. Si creemos
que este gesto misionero ayudará a “salvar” al tipnis y a sus habitantes,
estamos negando que lo que quisiéramos es en realidad salvarnos a nosotrxs mismxs.
Es necesario entonces reconocer al indio y a la india que habitan nuestra alma,
y a partir de ese reconocimiento, gestar una solidaridad que nos permita
superar la soberbia urbana, y a la vez esa ingenua y equívoca fe en las
palabras, que en países como el nuestro, más frecuentemente encubren que
designan las realidades que nombran. La capacidad de escuchar en silencio las
voces y enseñanzas de los hermanos y hermanas habitantes de los bosques y
territorios indígenas nos permitirá, como al brujo Ino Moxo de la amazonía
peruana, llamar a las plantas y animales de los bosques por sus nombres
secretos y dialogar con ellxs en el lenguaje sagrado de los antepasados. Los y
las habitantes del tipnis tienen mucho que enseñarnos, desde esos otros modos
de nombrar hasta las artes del pensar comunitario, la caminata y la orientación
en el monte.
En lengua guaraní, “pensar” equivale a decir “sentir con el
hígado”. Al igual que el amuyt’aña aymara, la idea alude a un pensar
memorioso y reflexivo, que no tiene como sede el cerebro sino ese centro vital
llamado chuyma, donde el corazón vibra al ritmo de la respiración.
Podría decirse entonces que el pensamiento es un metabolismo con
el cosmos, y que se nutre de savias vitales más vastas y densas que el mero
cálculo racional. No podemos continuar confundiendo Conocimiento con
información. En temas como el cambio climático, la degradación ecológica y la Represión
a los pueblos indígenas, la labor del amor es tan urgente como lo es el
conocimiento certero que brindan los avances de la gaya ciencia de nuestras
contemporáneas. Esta sería la labor articuladora entre tierras altas y tierras
bajas, entre indígenas y poblaciones urbanas, que vislumbró Jaime Mendoza a
través de la metáfora del macizo boliviano. Un taypi o espacio
intermedio en el cual, partiendo de reconocer nuestra ignorancia en los asuntos
de la “universidad de la selva”, podamos beneficiarnos de una mutua
fertilización e intercambio de saberes con las poblaciones indígenas en
resistencia.
La
Paz, 2009.